miércoles, 30 de abril de 2014

M6



Tú, que nunca serás


Sábado fue, y capricho el beso dado,
capricho de varón, audaz y fino,
mas fue dulce el capricho masculino
a este mi corazón, lobezno alado.

No es que crea, no creo, si inclinado
sobre mis manos te sentí divino,
y me embriagué. Comprendo que este vino
no es para mí, mas juega y rueda el dado.

Yo soy esa mujer que vive alerta,
tú el tremendo varón que se despierta
en un torrente que se ensancha en río,

y más se encrespa mientras corre y poda.
Ah, me resisto, más me tiene toda,
tú, que nunca serás del todo mío.

 
Alfonsina Storni




Lo de hoy empieza aquí.

Aún no lo sabía pero, momento a momento, México me estaba robando el corazón. Esto es ya después, siempre quiero lo que no me pertenece. Cuando la buena voluntad no basta hay que recurrir a los cascabeles y a los presagios, a la boca pintada según el humor de las nubes y al trono desocupado de la víspera.

Una madre  prepara la merienda, hay un perro insaciable en el portal, hay casetes que te grabé y no tienen dónde sonar, hay un disco rayado y hay moscas prendidas en un pringoso papel amarillo en la cocina. La noche se precipita con ganzúas y conejos avergonzados, sé que ya no somos, que nunca seremos los que fuimos y camino descalzo por el arcén de una autopista, como en un sueño misterioso, peligroso, del color de los helechos.

Un necio presentimiento se ha sentado en mi corazón y corre una cortina de plumas y tempestades, alguien canta un tango y no eres tú. Los maquinistas se afanan, hay una manzana sobre el tapiz de la mesa, hay un jilguero, hay un vaso de vino amargo, hay una revista abierta en la página central con la fotografía de una mujer desnuda, mayo 1998 dice en el margen.

No tiene sentido esta canción de miércoles, esta carrera que un día fue veloz, la indecencia de querer y no poder, esta piel de lobo que me deja las pantorrillas al aire de una risa, no recuerdo la letra del cieno y del ajo, de los cangrejos y la virtud, toi et moi, esta es una escritura peligrosa pero ¿qué más da?, yo tampoco me leo, como en aquella colección de libros ilustrados de Bruguera, una mezcla de mal comic y nada de nada.




Ñam, ñam me acabo de comer a bocados este texto, estás leyendo una página en blanco, lo que no está.   

Lo de hoy termina aquí.





martes, 29 de abril de 2014

Muerte de la estrella.



Anselm Kiefer


Murió la estrella, aislada, consumida, cáscara ensimismada, azogue arrugado, hueco tejido nocturno, brillo perdido, derroche de luz, sin luz, húmedo polvo amarillo, viento roto donde no hay viento, peces de pizarra nadan en el abismo del tiempo.

Un gato blanco cruzó el contorno de lo oscuro, sobre cristal de relojes, entre nombres sumergidos, bajo los templos aéreos.

Nada se oía, el hombre tumbado en la hierba veía sin ver incendios en la noche, llamas negras que transpiraban recuerdos, era la soledad enemiga suma de fragmentos.

Después amaneció, diamante con cicatrices, el gato blanco arañaba la puerta del otro lado, un arquero apuntó al cielo navegando por el agua derramada de guijarros, sombra, miedo, campana que anunció el día con esferas y guitarras.

Despertamos y el sueño fue.





lunes, 28 de abril de 2014

Ella no canta por las mañanas, que yo sepa.


Y que todo lo que perdemos en la vida,
lo hemos perdido por no ejecutar a tiempo,
hace ya mucho, un adagio, un saludo
o un gesto
de complicidad.




Querida mía, espero tu vuelta con ansiedad. Quiero que lo sepas. Añoro tanto de ti. Esa canción mezcla de Gainsbourg y boleros a 45 rpm, ese susurro de gallos y roce de espejos, el nerviosismo por equivocarme de chalet, de escalera - cielo, todos me parecen iguales-, el reto de adivinar el color de tu ropa interior, la dirección de tu humor, si lo haremos en el sofá o en la habitación de invitados –descarto lo de la alfombra por mi espalda, ya sabes-, si accederás a la postura de la controversia, si me besarás los párpados, si has comprado ginebra y angostura para los vermuts de después, si bajaremos las persianas o desafiaremos la crueldad de la luz, si dejaremos las puertas bien cerradas. Eso.

Llevas un mes de gira y dudo que vuelva la misma que se fue, demasiados halagos, aplausos, críticas elogiosas en la prensa, flores en tu camerino, lo sé, lo sé, he seguido tus actuaciones por la prensa. No me importa, casi prefiero que vuelva otra, me tenías aburrido de aparentar una sencillez que no tienes, me gustas más de diva, de reina a punto de abdicar en la apoteosis de nuestros cuerpos mezclados y el carmín de tu boca pintada tatuándome, sí.

No me has escrito, no me has llamado pero sé de tu dedicación de enfermera y esposa. Lo tienes todo, artista, bella, triunfadora, solícita cuidadora de tu marido y representante y anciano ¿qué creías? Pero lo haces bien, todo lo haces bien, es cierto, no, no estoy celoso, solo soy tu amante ocasional, ¿lo seguiré siendo a tu regreso?

Te enterarás, estoy seguro, alguien te irá con el cuento, no les creas, solo déjame que te cuente primero, que te explique, ha sido mucho tiempo, no sé estar solo, treinta días es bastante, la verdad, pero escúchame, deja la llave donde siempre y hablaremos.

Si te dicen que es Marie no es cierto. Cierto que es más joven pero tú sabes que al edad no es todo, a mí al menos no me importa la tuya.

El miércoles te lo explico, también lo del cambio de cuenta, todo.






domingo, 27 de abril de 2014

Unica

Unica Zürn


(Alemania, 1916-1970) Escritora y pintora alemana nacida en Berlín. Compañera desde 1953 del pintor y escultor Hans Bellmer, un ser fascinado por el fetiche erótico, fue admirada por grandes artistas del surrealismo, entre ellos, Henri Michaux, André Breton, Man Ray, Hans Arp, Marcel Duchamp y Max Ernst. Su producción literaria se compone de dos únicas obras de corte autobiográfico, una novela corta, Primavera sombría y otra mucho más extensa, El hombre jazmín. Ambas se publicaron póstumamente en 1971. También escribió entre 1949 y 1955, algunos relatos breves para periódicos, reunidos en un libro titulado, El trapecio del destino y otros cuentos. Escritora maldita como Virginia Woolf o Sylvia Plath, nunca se convirtió, como ellas, en un mito, aunque algunos dicen que viajaba incesantemente al infierno y en él descubría respuestas que las dos primeras nunca habrían encontrado. A partir de 1957, ingresó varias veces en centros de recuperación para poder superar sus crisis de esquizofrenia, sobre todo tras aparecer desnuda y encadenada en la portada del número 4 de Surréalisme même (1957) en una fotografía de Hans Bellmer. Sus tratamientos y recaidas aumentaron hasta el año 1970, en el que decide poner fin a su vida arrojándose al vacío desde una ventana de su casa de París. © epdlp

Querida mía, en un tiempo de tu vida decías que no querías saber.
Ahora, hoy, sabes algo más e ignoras lo mismo que entonces.

Hay cosas que no sé si sabes.
Durante un tiempo viví en una jaula.
Tú -lo que tú eras para mí- me daba de comer, sin tú saberlo.
Ahora, hoy, camino por el borde de la ría, voy, vuelvo y ya utilizo la pala de pescado, las diversas cucharillas y soy capaz de limpiarme los labios con servilletas de hilo, de papel o con la bocamanga.
O sea, que he aprendido a comer solo. Aunque siempre he preferido comer en compañía. De hecho prefiero hacer casi todo en compañía.
También he aprendido a mirarte de otra forma.

Aún no sé, no tengo ni idea de casi nada, pero entiendo mejor las historias.
Por eso te miro desde varios kilómetros aunque –qué cosas- te veo como si estuvieras a mi lado. O yo en el tuyo, que por eso no vamos a discutir, ni por eso ni por nada.

Veo círculos, ideas circulares, unas cuantas, se repiten, van y vienen pero están ahí.
A veces te veo a ti en una jaula.
Tú misma te alimentas, una cosa extraña, sacas la mano entre los barrotes y te acercas el tenedor a la boca desde fuera. Con lo fácil que sería que comieras desde dentro, pero no, tú eres así, tuya, tú.

Claro, estas son divagaciones, ¿qué sabré yo?, pero miro la fotografía de Unica Zürn -¡qué guapa era!- y pienso estas cosas y otras y sigo sin saber nada pero entiendo, una luz aquí, tenue, de vela, y quisiera abrazarte, acariciarte el pelo y siento una ternura suave, un manto dulce de cariño y emociones sin nombre, tan ricas, soft, como una almohada de plumas mientras camino por el borde de todas las rías hasta que sé y tengo miedo, ahora sí, pobrecito mío (yo). Sé que lo que ocurre, es que todo va demasiado rápido y a este paso terminaremos sin saber nada. De nada.

O algo así.






Primavera Sombría.

HAY un relato breve de la escritora alemana Unica Zürn (publicado recientemente por la editorial Siruela) que nos puede prestar una versión exacerbada de la Lolita enamorada de un hombre maduro. Se titula 'Primavera sombría' y narra, en una tercera persona telegráfica y poética, el despertar al «ansia de placer» de una niña que acaba siendo sometida por las fuerzas del mundo y la incapacidad para satisfacer el deseo que la convencerán de que el vacío es preferible a la existencia y el no-ser un ente reportador de más dicha que el ser. El relato es aparentemente autobiográfico, aunque eso carece de importancia más allá de su enérgica apuesta por una literatura testimonial y dolorosamente vaticinadora -porque el salto al vacío con que concluye 'Primavera sombría' adelanta el final de la autora del relato, que se suicidaría años después de escrito el cuento. Unica Zürn padeció diversas crisis esquizofrénicas que la mantuvieron asilada en distintos centros sanitarios. Fue amante de Hans Bellmer, artista que experimentó su sadismo con el masoquismo de la escritora, a la que fotografió en hirientes poses que hoy son parte de la Historia de la Vanguardia e ilustraciones explícitas para los analistas clínicos de las perturbaciones del deseo. Conoció a todos los grandes de las vanguardias de entreguerras, se enamoró de Henry Michaux, fue cómplice de Man Ray y de Max Ernst, escribió algunos cuentos que hay que contar entre lo más intenso que produjo el surrealismo literario.
'Primavera sombría' comienza con una declaración que ya dice mucho de los acontecimientos que van a tener lugar: Su padre es el primer hombre que ella conoce. El padre de la protagonista es un hombre ausente, sólo se hace presente para herir a la protagonista con una sensación de intensa extrañeza y perturbador deseo, y en cuanto éste hace aparición colocando a la protagonista en un laberinto de preguntas, la figura vuelve a desaparecer. Más adelante, la protagonista cree haberse enamorado de un chico un par de años mayor que ella, que le escribe una carta de cuatro palabras que ella tarda horas en leer, y contesta. Se produce un precioso intercambio de mensajes. Ella se hace la dormida. El le escribe: «Yo sé cómo podría despertarte». Es la bella durmiente y sabe que la respuesta que él va a darle es: «Te despertaría con un beso». Pero si la despertara con un beso todo habría acabado. El beso es el fin. Es lo que todos esperan. Pero ella quiere vivir permanentemente en la espera. Mucho después de escritas esas palabras Roland Barthes en sus 'Fragmentos para un discurso amoroso' lo repetirá: el enamorado es el que vive en la espera. La espera es la enseña del futuro, como el recuerdo es la del pasado y la acción la del presente. Quien elige la espera como enseña, elige el mandato de la ilusión y del sueño. Y es aquí donde cabe la frase de Jung según la cual la enfermedad mental no es otra cosa que un sueño hecho realidad.
El mundo de sueños y espera en el que vive la Lolita de 'Primavera sombría' choca frontalmente con una realidad cruenta y despiadada. Su iniciación sexual, marcada por esa espera en la que se siente al fin a salvo, la espera de la presencia de su padre, la espera del beso que la despierte (no quiere que se produzca, porque el beso pondría fin a la espera del beso, porque el despertar pondría fin al sueño en el que mora y se siente segura) está tachonada de imágenes masoquistas. Un perro le lame el sexo y ella se representa la lengua del animal como un cuchillo; mientras llega al orgasmo ella imagina a un hombre que le corta el cuello. Pero es un masoquismo controlado por la fantasía: cuando su hermano la ataca, el dolor no se acompaña del mismo placer que otras veces la arrebata.
La última estación de esa espera se produce cuando conoce en unos baños a un hombre maduro y atractivo del que se enamora ipso-facto. Lo que siente por esa figura, nos dice la narradora, no lo ha sentido nunca antes. El amor le rebosa porque ella es muy pequeña para contener ese sentimiento, nos dice la narradora. Esto es: la niña se convierte en recipiente insuficiente de un elemento tan caudaloso que acaba supliendo la propia identidad de quien ama, pues le muestra su insuficiencia y a la vez lo declara culpable por no tener la capacidad suficiente para contener lo que recibe. El anhelo se convierte en culpa y la culpa, atrofiada por la propia fantasía de quien se muestra a sí mismo como enfermo, transforma a quien ama en una víctima que se echa la culpas a sí misma para sacrificarse. El afán de sacrificio es aquí desorbitado, porque llega al acto supremo de negación del 'yo', el suicidio. La imagen final del relato no puede ser más perturbadora: estampada contra el suelo real que le ha robado definitivamente la existencia, el cuerpo de la niña sigue expuesto a la realidad: el perro es el primero que ve el cadáver, acude a él, mete la cabeza entre sus piernas y empieza a lamer, pero al ver que la niña no reacciona, abandona su tarea, se tiende junto a ella y empieza a sollozar.
Poco antes de suicidarse, Unica Zurn se preguntaba si su pasión por lo extraordinario era la culpable de que su enfermedad se presentara una y otra vez, invencible, y si sus crisis esquizoides no eran una especie de válvula de escape que le permitían escapar del tedio de vivir. Se rebelaba así contra la idea existencialista de que es, precisamente, el tedio disuelto en el líquido amniótico del vacío de existir, el que era capaz de oponer una razón de insistencia ante la angustia que provoca ese vacío. Ese tedio, estudiado por Heidegger, como uno de los motores del ser, se erige en enemigo principal de lo que bien pudiéramos llamar las existencias heroicas, aquellas que no pueden comulgar con la idea de que la vida se nos marche en el mero vivir, sino que han de indagar en éste para convertirlo en una aventura excepcional, porque sólo en lo excepcional acontece algo que merezca el nombre de vida. La congestionada infancia que se nos ofrece en 'Primavera sombría', presenta a una criatura que aprende pronto que no va a saber coleccionar excepciones suficientes como para que le merezca la pena la suma de padecimientos y tedios de que se compondrá su biografía. Su derrota, representada en la figura del varón apuesto del que se enamora y al que sabe inalcanzable, queda fijada por su incapacidad para aceptar las reglas de lo real.
Hay un momento francamente impresionante en el relato de la pasión que se desarrolla en el interior de la muchacha por el hombre maduro. Este le regala una fotografía suya. Para ella es un tesoro impagable. Primero la protege y la convierte en una fortificación. Pero luego se da cuenta de que si alguien la descubriera, la debilitaría hasta hundirla, sería compartir, revelar lo mejor de sí misma para que fuera convertido en comentario de los otros, en algo real, es decir, infame. Así que hace pedazos la fotografía y se la come. No sólo es un acto de amor: es un acto religioso, de santificación del amado mediante el cual, a la vez que la niña se hace uno con él, renuncia para siempre a la posibilidad de que alguna vez sea alcanzado. No puede ser real porque eso lo convertiría en infame. ¿Qué es lo real? ¿Qué persigue quien ama? Su certidumbre de que el beso es el final de una aventura, fija el territorio de ésta en los páramos sin límite de la imaginación, donde se siente segura, donde el mundo no puede incordiarla. Por eso se siente feliz cuando espera, por eso aborta su existencia: ha vivido lo poco que ha vivido en un futuro que repentinamente se le ha aparecido como irreal, como falacia, y a él se dirige, y a él entrega su vida ahora que sabe que es mentira.











sábado, 26 de abril de 2014

Nadie se dio cuenta.


“Si todos los hombres fueran amigos, no habría necesidad de la justicia (Aristóteles, siglo IV)



Griterío de los sedientos, llanto por los recuerdos evaporados, lamentable hociquear en los posos, los charcos hediondos, los desagües atascados, lo sucio, lo triste, aquello que no. Aljibe desecado de amor.

Ojos antes limpios y ahora con las legañas del desencanto, tragaluz bloqueado con rencor, penumbra, uñas pardas chirriando en los espejos agrietados, un ladrón repulsivo defeca sobre los legajos amarillos.

Magia ausente, cuchicheo de viejos en las esquinas con viento, plumaje de aves de rapiña cayendo como nieve negra, intemperie de emociones, vaivén que marea, vómito sobre el oleaje de calendarios.

Rabia retenida en los cauces cegados, las ortigas ahogan las flores, barro esparcido sobre las baldosas del patio que ayer brillaban, columpio de sensaciones contrapuestas, tentación de dar fuego a las cosechas.

El rostro ajado del destino toca flautas de caña ante la barrera, postes de odio que delimitan una frontera eterna. Trazando comportamientos hostiles, cabalga con el fracaso y la incomprensión en la grupa.

Masacre de la inocencia, el caballista disfrazado con su capa roja se acerca a paso lento a la sombría ceremonia del macho cabrío, escupe monedas falsas, después junto con los otros sacrifica al puerco y se baña en su sangre.

Hace años se rozaron sus almas al pasar.
Nadie se dio cuenta.
Ni ellos.

viernes, 25 de abril de 2014

M5



Por la ventana del autobús miraba las paredes encaladas, los árboles desconocidos con frutos redondos o racimos, algunas nubes, las iglesias blancas con sus torres torcidas y cigüeñas, la flor helada del estupor en mi cabeza, las perlas del atrevimiento que coleccioné entre ceniza y piedras y los pulmones empequeñecidos al caminar entre el lugar de muertos de Mitla (1).     



Nos detuvimos en un pueblo. Pasó un entierro. El ataúd estaba cubierto por un echarpe blanco. La comitiva estaba precedida por una banda de música. Al autobús subió un policía que recorrió el pasillo y en su mirada había un reto que se posaba como un pájaro en los párpados de cada pasajero. Desde fuera nos miraban caras oscuras, serias, también niños y mujeres que ofrecían comida y agua de colores y fruta y botellas de mezcal. Dentro el aire estaba lleno de relámpagos, como si el aliento de un buey de temor inundase cada rincón.



Partimos y el calor del mediodía se endulzó con gruesas gotas de tormenta fugaz y seda verde y en la radio alguien  cantaba préndeme fuego si quieres que te olvide  y desde ahí todo fue tan rápido, subimos alto, alto, hasta donde hierve el agua (2), lejos de todo. Allí estaba, admirado por la belleza de las montañas y el silencio y en la alberca dejé los miedos y supe que debía continuar y el hollín de lo desconocido y la curiosidad como una pobre niña encerrada y los normalistas gritando en Oaxaca y una raya negra indicando desde aquí hasta quién sabe.

Seguí, claro.      



Grande Jose Alfredo Jimenez.

jueves, 24 de abril de 2014

Parker y la arquitectura.



Es curioso esto de la arquitectura del aire, Parker hace cálculos y cree que levanta puentes. Por alguna causa, cimientos, vientos, malos cuentos o algún segmento mal acotado, el paisaje se llena de tapias Parker con resorte y  no hay quién vea las otras huertas, ni el horizonte, ni a la vecina tomando el sol desnuda, ni nada de nada.

Está también lo de las zarzas.   

Parker se vuelve a contar los dedos,  da vuelta a los malignos planos y lo de arriba está ahora al oeste, ha pintado de amarillo la viga maestra y hay pájaros en los balcones, en el del norte y en los dos del sur. Es el momento exacto para cambiar de profesión y volver al principio. Lástima que apenas recuerde donde empezaba la historia, solo de vez en cuando intuye quién fue.

Por supuesto el pasado ya no sirve porque está lo del zumbido.
Y eso sí que no, así no hay quién escriba con coherencia.
Qué rabia.





miércoles, 23 de abril de 2014

M4



Te estoy mirando porque sé que me miras, imprudente.

En mis brazos se encienden flores, están vestidos mis dedos con pétalos de violencia y juegan con una flamante pistola. No sabía que la tenía, cargada, no lo sabía, en serio. No te acerques demasiado, puedo dispararte, como en un juego, solo que no lo es, lo siento. Mantente alejado, detrás de esa raya, no te rías, no hagas que me sienta ridículo, sí, es una advertencia. 

Ayúdame a amontonar a los heridos, ahí en esa esquina, organízalos, prepara el fuego. No es necesario que entiendas esto que te digo y después escribo, limítate a seguir el reguero de cadmio, el escarnio, las torpes caricias de palabras que no entiendes, el terciopelo en el borde mi herida, la luz del zaguán donde salía a respirar, el hotel frente al mercado de los artesanos, la agazapada bestia del ahogo, el abrazo del miedo, las espantosas criaturas sin ojos, lo invisible.

No te muevas, ahora no, aquí en lo oscuro estoy mordiendo estas frases para que entiendas, luego, cuando vuelvas al estúpido sueño donde nunca debiste entrar. Tengo los brazos tatuados de flores de sol, de sangre, tengo un arma en la garganta, tengo un rojo manto de odio sobre los hombros, tengo tantas ganas de romperme la puerta del alma y contártelo que como sienta que te mueves no sé qué seré capaz de hacer.

Quieto ahí, la primavera se deshoja en olvido, mutila la esperanza de un verano, llena de obscenidad los recuerdos que no fueron, me asaltan  los rencores y grito por las calles, no me mires.



lunes, 21 de abril de 2014

Instante de intento constante.



(Azar) Instante de intento constante. Intentar contar aquí lo que ocurre. Pero. Definir qué ocurre. Intentar que ocurra a partir del propio intento. No sé si. Intentar la poesía más allá de la palabra. Inventar el poema desde el sentimiento de la no palabra. Del grito incluso. Es decir. Generar la historia que prenda la mirada con ganchos de interés. Lo irreal. Buscar la historia compartida a partir de aquello que conmueva. Lo real. El acontecimiento. Interés. Imposible la mirada desde el cotidiano despliegue de voces. Sólo. Hacer partícipe del suceso. Sin abstracciones. Buscar al protagonista en el coro. Dejar que transcurra la actuación bajo el foco que da relieve, que hace más grandes las letras en los carteles, que eleva el nivel de en la sangre de, que llena el anfiteatro de silbidos o de aplausos. Hay que ver. (Reto). Tú el poeta. Tú el que firma. Tú el que escribe. El que lee. El que dicta. Él. O sea tú. No artista invitado. No primera figura. No. No solo. Todo. Amo. Dueño. No. Empujar. Desplazar. Tomar el lugar de. Ser el que. El poeta acaricia la semilla entre los dedos, planta, abona el jardín, riega, sujeta los brotes con cordeles de seda, escarda, poda, reparte pétalos por la blanca pared, pinta tiestos, mira al cielo, regala ramos de hortensias a los ateos a la salida de la misa del domingo. Lloverá. El poeta vive en el húmedo destierro al otro lado del desierto. Ser tú el poeta. Suplantar. Matar al poeta. Hoy. El poema de hoy. (Carcajadas)




domingo, 20 de abril de 2014

M3



Escarbo bajo el musgo para saber si aún están escondidos el anillo de plata y el relámpago, los ojos abiertos de la niña que fue y la mariposa en el pelo de Gretel.

Si es que sí habrá merecido la pena, si es que no, también.

Nado hacia el sur, me dejo llevar por la corriente, el vendedor de cocos me ve pasar y sonríe, seguro que  se pregunta quién será ese pálido extranjero solitario.

No quiero llegar, el camino es ir, el resto es un regreso, no quiero volver, voy.  

El italiano flaco saldrá de madrugada con fuel y panes, con una luz en la proa de la canoa, volverá con un fardo, con dos. Nadie sabe, todo el mundo lo sabe, nadie habla de ello.

La cocinera lee un libro en el que busca a Dios.

Al atardecer el matrimonio francés vestirá de punta en blanco a sus cuatro hijos y descalzos pisarán la espuma del Pacífico, recorrerán sus bordes justo hasta que el sol muera, volverán con risas, con las mejillas enrojecidas de libertad y tortugas escondiéndose de las gaviotas.

Amanece pasadas las seis, el sol se oculta pronto, el resto es  noche cerrada con pájaros ciegos, perros solitarios y una única luz al extremo del mundo, de ese mundo.

Estuve allí.

Y eso hace que me sienta muy feliz.



sábado, 19 de abril de 2014

M2




Para Gretel.

Vale, empecemos por el final, la tormenta, la gente corriendo apresurada a guarecerse, las calles encharcadas, los coches salpicando, el mediodía del domingo desbaratado.

Pero no sólo eso.

De pronto soy un director de cine, Welles por ejemplo, estoy subido en la grúa y observo la imagen que se va a filmar Los extras corren a la boca de metro. Dos operarios con mangueras simulan la lluvia fuerte, otro controla un gran ventilador. La pareja protagonista espera órdenes. Ella es una mujer joven, bella, tan bella que la cámara se queda extasiada y mima su figura. El es un hombre mayor, que aún antes de la acción mira arrobado a esa mujer y anticipa una cara de pesar por su partida.

Entonces grito acción y los extras suben y bajan por las escaleras, se chocan, alborotados por la lluvia y el viento que simulan los operarios. La mujer joven y el hombre mayor se abrazan, es una despedida, torpe, les empujan, no saben si besarse en las mejillas, rozan sus labios, se toman de las manos, se sueltan del abrazo, ella baja las escaleras sin miran atrás y él se da la vuelta con un gesto de dolor.

Corten, grito.

Pero la vida no es una película y ella sí eres una mujer bellísima. Conocerla ha sido... en México he recorrido ni sé cuántos kilómetros, he visto maravillas de la naturaleza, paisajes extraordinarios, museos, monumentos milenarios, pirámides, cascadas, ríos, el Pacífico, he dormido en el suelo, en una cabaña, en camas mullidas, he comido, bebido, disfrutado, he hablado con gentes diversas, he conocido a gente extraordinaria, he sentido la tierra hasta la médula, he visto las estrellas, he nadado en un estanque en la cima de un monte muy alto, he desafiado las olas y la resaca del océano, he hablado con gente culta y con gente que sabía lo que tenía que saber, he subido a taxis comunales, me he encontrado con personas con las que me escribo desde hace años, he hecho y disfrutado y sentido tantas y tantas cosas que seguir me desviaría de lo que intentó decir.

¿Qué intentó decir? Un día nos citamos. En principio era tomar un café con alguien a quién conocía solo por mensajes Pero, ay, vino ella. Cada día que estuve allí superaba al anterior. He vivido momentos extraordinarios, increíbles, emocionantes, sorprendentes, intensos. Cada día decía que lo que había visto era lo mejor. No es cierto, aún no la conocía.

Llego al Starbucks y espero. No sé bien quien vendrá. Hay personas que cambian su foto. Quizás entre una viejecita o un fornido señor vestido de marinero. Entra ella y pienso que no puede ser. Que hago yo ahí, me siento pequeñito. No puede ser que sea tan atractiva y  disimulo como que no y busco azúcar para el café y espero que digan su nombre y sí, sí es. A partir de ahí nos saludamos y ella calla y yo hablo y hablo sin parar, nervioso aunque no se note, alterado aunque sí se noté, feliz por que haya venido, absorto en mirarla y saberla real, sorprendido de que esté a mi lado, curioso por adivinarla en lo que dice, en lo que calla, mirándola embelesado, tratando de disimular mi entusiasmo, haciendo equilibrios entre mi realidad y la realidad y el poco tiempo que tengo de verla y no sé bien cómo seguir, que decir, como retener el tiempo para que no lleguen las dos y media y de pronto empieza a llover y es maravilloso como la vida nos da regalos como esté de poder estar a su lado y ver sus pestañas, la mariposa sujetando su pelo, sus ojos, su sonrisa, escucharla, sus gestos, como baja la mirada, como mira, su belleza y tanto hablar y hablar me dejo llevar y me olvido y llueve y tenemos que irnos y recuerdo y ella a mi lado y saber en ese mismo instante que luego, ahora, pensare que estoy loco pero que soy afortunado y tomarla del brazo con respeto y con cierta timidez y llueve y es tan bello haberla conocido, haberla escuchado, haberle dicho tantas cosas.

Sí. Cada día que estuve ahí superaba al anterior, lo he dicho. Ese fue mi mejor día en México.

Desde Gretel, mi viaje tiene más sentido. U otro.



viernes, 18 de abril de 2014

En el punto ciego de la pureza.



Dije ayer que estoy en el margen, en el punto ciego de la pureza, que nunca he tenido facilidad para los idiomas ni para las lenguas muertas, que estudio la geometría de la osamenta, que sueño bajo las mariposas azules que abrevan en la mirada limpia, que aparto del espanto las sombras de los enamorados.

No estoy cansado, no, esta presunta poesía tiene la ventaja que no te mojas, no te manchas, sorteas la baba negra con laberintos y ciervos sobre el altar de lo inaprensible, utilizas el alfabeto de los náufragos.

Porque la vida era un bien escaso, frágil, el dolor estaba repartido en cuotas descompensadas. Alrededor había llanto, espinas y pensar no estaba mal visto, decir lo que pensabas, sí. Que, un suponer, dabas la mano a un hombre gris y al instante saltabas dentro de un círculo con velas y muérdago. Desde entonces ya nada era lo mismo y caminabas atento a tu sombra. Un día descubrimos que mirando hacia atrás no avanzábamos y leer entre líneas ya no estaba de moda, que se podía hablar…

¿Estoy seguro?

Y nos callamos, por si acaso, renunciamos a lo evidente, enjaulamos la risa y coqueteamos con el disimulo, cubrimos las sonrisas con el abanico, aprendimos la seña de treinta y uno, la de pares, el guiño cuando la partida nos era favorable y solo apostábamos por la victoria -que era la huida-, señalamos el norte desde la proa de un barco varado en la arena, burdo decorado, carcasa de papel, los músicos con laúdes y chirimías sobre carromatos de cartón, el camino al exilio de nuestra propia dignidad.

Alto, alto, alto, estoy en el margen, es viernes (santo) etcétera.



jueves, 17 de abril de 2014

Margen.



Estoy en el margen, en el punto ciego de la pureza y aunque nunca he tenido facilidad para los idiomas ni para las lenguas muertas, estudio la geometría de la osamenta, sueño bajo las mariposas azules que abrevan en la mirada limpia, aparto del espanto las sombras de los enamorados.

No estoy cansado, no, esta presunta poesía tiene la ventaja que no te mojas, no te manchas, sorteas la baba negra con laberintos y ciervos sobre el altar de lo inaprensible, utilizas el alfabeto de los náufragos.

Por ejemplo.

Los de la camisa negra. Por suerte nunca han llamado a mi puerta. Digo suerte y digo silencio, el mío, tan culpable como las voces airadas del otro lado. Digo nunca y digo ahora, desmemoria de cuando la muerte paseaba cada día por nuestras alamedas, por nuestros templos, por la mirada cómplice de los que giraban la cabeza. Digo puerta y digo candados, aburrimiento de liturgias cerradas, de códigos incomprensibles, del capricho de verdugos sin azar.

Luego se cambiaron de camisa, del negro al verde, luego roja, después blanca, no sabías con quién hablabas, que les veías desde fuera y no les conocías, que disimulaban tanto que no había tiempo para asimilar el trueque de máscaras, de casullas, de ideas caprichosas, que hoy era blanco, mañana estaba transparente y nadie veía lo que venía, tormenta o sirimiri, llovizna, calabobos que también se dice y bobos o algo peor éramos, lo somos aún en las filas de una aparente indiferencia, ajenos, con la pintura lista para mimetizarnos en cuanto se oculta el sol, cuando sale la luna, ay, la luna.

Alto, alto, alto, respira.



miércoles, 16 de abril de 2014

Viaje de ida, viaje de vuelta.

Cruzo un desierto y su secreta desolación sin nombre.

(Valente)




Viaje de ida con cifras a la espalda, sangre, sudor y lágrimas por carreteras que corren por pueblos diminutos, montañas envueltas en membrillo de nubes, escarcha de nombres, azucenas amansándose en la garganta, los recuerdos que afloran, tímidos primero (el chalet ahora abandonado, que nos metíamos en la cama el viernes por la noche y no nos levantábamos ni para comer; las persianas de las ventanas que daban al camino, cerradas; el culo empinado de E. cuando se asomaba para ver los peces rojos tiritando en el cauce transparente del arroyo bajo la cocina; nuestros cuerpos dándose calor; juegos desnudos; mi niña E. que dio vuelta a mi vida, que la llenó de amarillos pétalos de diferencia, etcétera), el pantano detenido, con juncos helados, pellizco de árboles blancos, frío en las orejas aguzadas por el silencio, tanto olvido, aroma de nada, calma en mis manos cóncavas que reciben cuchilladas de la nostalgia, creciendo (que tenía MC tanta necesidad de amor que se entregaba sin medida a nuestra impaciencia; que se perdía su caudal de Caperucita equívoca por bosques absurdos; que enfrentaba mi razón y mi instinto; que nunca fue; que murió de forma trágica después de una vida trágica; justo paso ahora por la casa donde nos vimos por última vez, etcétera) soledad de campos con aves de paso acurrucadas en el vacío, caseríos salpicados por las laderas, unas ovejas mudas, un caballo, un gato que huye por los charcos, una bicicleta en un balcón, el coche del panadero, el camión del butano, mi coche atravesando el ahora y el ayer, mi memoria arrodillada (A, su padre desaparecido; su madre vestida de rencor; ella y yo entrelazados en la torre, jadeantes mientras B nos miraba, excitada, desde la puerta; la única vez que he amado sin deseo; que era un engaño aquella pasión; que los dos queríamos otra cosa; que me sentía sucio, confundiéndola, traicionándome; etcétera) la ermita destacando entre los pinos, suena una campana que acaricia mis oídos como una hebra de luz, me duelen las costillas de recordar, lástima de vida que corre tan rápido, que me deja atrás en esta mañana brumosa que se mece por carreteras que había olvidado, por nombres que me muerden como perros negros, que se me abren las heridas y también fui ese, viaje de vuelta.





Todos los puertos son el mismo,
uno y el mismo,
donde cantan las brumas
y una ciudad se apaga y un estrecho,
sin que nunca sepamos
si vamos, si venimos
o si estaremos siempre.

Andrés Trapiello.


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